Nervios, dudas, lágrimas, risas, nostalgia, … que dura y bella la guerra que libré interiormente cuando sentí que estaba donde soñé y ahora me tocaba hacerlo real.
El día antes estaba sentada sola en la oficina de Álvaro Cuadrado rodeada de cajas, maletas, cámaras y pensaba cómo una persona había cambiado tanto mi vida. No sabía si quererlo más o incluso odiarlo, porque yo estaba en mi zona de confort y desde que él llegó nada ha sido igual. En dos años todo era diferente y cada día un reto continuo que estaba dejando tanta huella. Una vez me dijo:
«Yo cambiaré tu vida y tú la de millones de personas…»
y si lo dice otro no te lo crees, pero Álvaro hace que las palabras se llenen de verdades, que los sueños se hagan realidad y que la vida sea una aventura.
Recuerdo en el avión mirar por la ventanilla y al ver mi reflejo, mirándome directamente a mis ojos, pensar: ¿Al volver me habrá cambiado la mirada? En ese momento hubiera saltado al vacío, porque me había preparado para muchas cosas, pero ¿Estaba preparada para esa batalla interior? Sentía tanto miedo, maldita palabra que no nos deja avanzar, por eso estaba allí, tenía que desafiar, romper las cadenas y luchar por todas las mujeres que el miedo, el dolor, en fin, el sufrimiento no las deja ser libre y tener alas.
Llegamos a Windhoek y ese momento permanecerá siempre en mi cabeza, la tarde estaba apacible, el tiempo allí parecía detenerse y un idioma diferente susurraba en mis oídos. Estaba en Namibia, sí, lo habíamos conseguido. Automáticamente pensé en mi familia, que me había visto derramar lágrimas por estar allí y por fin pisaba tierra africana. La sonrisa bañaba el rostro del equipo, sentíamos, aunque no lo pronunciásemos en alto, qué después de ese viaje nada sería igual…
«Namibia país de contrastes, de dulzura inquietante, de niños con ojos cargados de dureza y a la vez de inocencia, de animales salvajes, de colores puros nunca vistos, de paisajes entremezclados en un mismo lugar, de kilómetros de extensión de tierra sin humanos…»
Los primeros días pude estar en contacto con animales que no dejaban de asombrarme, de querer saltar del coche y correr con ellos. Atardeceres que me recordaban a películas y sensaciones imborrables al conectarme con la naturaleza, pude oír más allá de lo que mis ojos alcanzaban. Me sentía tan viva, tan llena de fuerza, que todo esto a veces me desbordaba. La naturaleza nunca deja de sorprenderte, cuando crees que lo has visto todo te muestra algo más bello como las Cascadas de Epupa, donde la fuerza del agua te impulsa a saltar. Grité mientras las contemplaba, a la vez lloré de emoción, porque era tal privilegio que incluso me sentí mal por poder vivir aquello ¿Me merezco vivir tanto?
Namibia a veces te besa con sus paisajes y otras te golpea, te recuerda lo importante de esta vida y te coloca en tu sitio. Cuando llevas comida, juguetes, vestimenta a una tribu y ves donde viven, o a un orfanato lleno de niños o a personas que se cruzan en la carretera te sientes diferente pero en la boca del estómago se queda un pellizco. Respiras aliviado porque a ti no te ha tocado nacer ahí y piensas en lo afortunado que eres por tener salud, por tener agua, por tener la capacidad de soñar y vivir lo soñado. En ocasiones al ver a lo s niños reir y juegar en una simple charca llena de lodo, pensaba que la suerte de vida no era la mía sino la suya que tan poco necesitaban para ser felices.
«Todo te enseña y pierdes la prepotencia del mal llamado primer mundo y te rindes ante lo evidente y bello de un lugar que sin a penas personas es tremendamente humano»
Mientras escribo esto pienso si ellos recordarán ese momento, quizás no, pero para mí es inevitable que se me salten las lágrimas porque me hicieron sentir mucho ¿Por qué olvidaremos que nuestra vida es un regalo?
La noche antes a la primera etapa estaba ansiosa, cenamos todos con tranquilidad y realizamos el briefing de cada día, donde analizábamos los aciertos y mejoras de todos. Mi mente ya estaba lejos y mi estómago me recordaba que al día siguiente comenzaría el desafío. Intenté relajarme, sólo pensar en cada instante bonito vivido, eso era fácil pero difícil retenerlo para apartar los demonios.
6 de la mañana. El sol apareció alto, fuerte en mis oídos resonó una canción “Human” y me puse a bailar y a saltar , toqué la tierra que estaba fría aún, lloré por tanto como estaba latiendo en mí, recordé y volví a soñar, me sentí grande y a la vez pequeña frente a esa imagen. Abrí los brazos, cerré los ojos y me hablé a mí misma, me concentré en lo que iba a suponer desde que escuché el silbido de Álvaro que era mi pistoletazo de salida cada día, junto a los besos imaginados de mi madre.
Los días comenzaron a pasar, llegaron los dolores inexplicables de describir. A veces sientes que tienes tanta inflamación en las articulaciones que van a estallar o la fiebre de noche te hace tener pesadillas. Pero este dolor formaba parte de este proyecto, ya contaba con ello, sólo tenía que aceptarlo una vez más y pensar en por qué estaba allí. Eso me ayudaba a llevarlo mejor y aunque seguía llorando a veces a escondidas para que el equipo no me viese, que tontería ocultarse por temor a que te vieran frágil, pero empezaba a doler menos. Poco a poco me iba superando, dejando atrás muchas cosas y divisando un horizonte grande, infinito como la vida. El brillo de los ojos se hacía más intenso y aunque la dureza estaba en cada paso que daba con ampollas en los pies, con quemaduras en mi piel y tendones inflamados, me sentía feliz. Miraba a mi alrededor y veía a Álvaro con su cámara en mano, rondando planos, cuidándome, dirigiendo el equipo, quizás el no corría físicamente, sólo cuando a veces me acompañaba como seguridad ante leones, pero él se dejaba la piel para reflejar la esencia de este desafío.
«Cambiar la palabra imposible por posible a través de estos kilómetros, ser luz para aquellos que la perdieron….»
Veía a mi equipo, Cristina (asistente cámara) o a Eleazar (producción) cansados pero siempre tenían una sonrisa o alguna canción que me transportase, el equipo no me acompañaba, me llevaba en volandas con su cariño me hacía olvidar el dolor, formaba parte del ADN del proyecto.
Antes de irme al desierto temía a la soledad que pudiese sentir, pero que equivocada estaba, el desierto me abrazaba, el viento me castigaba pero me hacía más fuerte, el sol quemaba mi piel y a la vez me hacía sonreír, el equipo me cuidaba, las personas de allí me enseñaban y los animales me hacían sentir libre.
Día 10. Iba a completar por fin los 500 kilómetros, impensable la verdad pero ahí estaba corriendo aunque las sensaciones no eran las deseadas. Se me estaba haciendo eterno y la pájara llegó. No podía comer, tenía fatiga y estaba perdiendo el norte de todo. La cabeza me repetía: “ ¿Por qué tengo que sufrir tanto? ¿Qué hago aquí? No puedo seguir, no quiero, que me deje la cámara aquí y el coche de equipo se vaya, que ya estoy tan cansada, que sólo deseo que me abracen, me acuesten y olvidarme de todo”. Estaba a sólo 6 kilómetros de poder levantar los brazos y, sin embargo, no encontraba nada para continuar. Me paré a respirar, levanté la vista y dejé que el viento se llevase lo negativo. Pensé en todo lo que tenía, tiré de recuerdos, de momentos que ya había superado, pero sobre todo pensé en “mis mujeres”, mi madre, hermanas, amigas… ¡Cuántas mujeres que me dan ejemplo! ¡Cuántas hay que desearían estar ahí! ¡Cuántas que nunca se rinden a pesar de que quieran cerrarle a golpes su vida! Así que saqué fuerzas, di un paso y otro, hasta que alcancé esa meta. Por delante, otros 500 kilómetros, sin embargo, algo había cambiado en mí…
«Al día siguiente me aferré a mis muñequeras, que son los calcetines de mis sobrinos, me coloqué la visera, abracé a mi socio y salí a enfrentarme como si fuera mi último día»
“Princesa del Desierto, corre libre como el viento…”
Últimos kilómetros, un sol abrasador, y por delante las dunas últimas. Clavaría una banderola por todas las mujeres que sufren a diario, que viven a oscuras, por todas las que hicieron historia y por las que la construyen. Gritaría que los sueños tienen una meta y cruzarla con los brazos en alto es un regalo que todo ser humano debe vivir. Pronunciaría en alto cada frase que leí de apoyo, cada frase que oí de negativa hacia el proyecto. Pero sobre todo daría las gracias a las marcas con corazón que han colaborado Borgues, Gaes Solidaria, S.A.C.T, Bad Toro, Serviprinter…. a Squareventures por hacer este proyecto real, a mi familia por tanto amor puro, a mis amigos por su confianza, a los que os apasionáis con este desafío y decidís vivir el vuestro propio, a las mujeres que luchan. Pero sobre todo GRACIAS a la persona que hizo de un folio en blanco un proyecto, un hombre que cambia el mundo a diario, Álvaro Cuadrado. Desde lo más profundo de mí, gracias, por esta oportunidad de dejarme llevar este mensaje en mis piernas, por enseñarme mundo y por las alas que me has ido cosiendo lentamente. Gracias por hacer de mi pasión, correr, algo mucho mas importante, una reivindicación, por hacer que este proyecto tenga continuidad con más retos y haciendo que otras mujeres se enfrenten a sus desafíos, gracias por coronarme como princesa del desierto, pues yo te corono como príncipe de mi corazón.
Ahora vuelvo a casa lentamente, curando las heridas que traigo, absorbiendo aún lo que he vivido y sintiendo la oportunidad de vivir. Soy afortunada por tanto como tengo y lo poco que necesito cabe en una mochila. He dejado atrás muchas cosas enterradas en esas montañas imponentes y dunas infinitas y vengo llena de experiencias para compartir con los demás, de ayudar a que otros consigan sus sueños, se sientan valientes para construir cada mañana el mejor día para vivir y para recordar a todo el mundo que:
“SOMOS NUESTROS PASOS”