«Mi regalo de cumpleaños será una tarta». Cada año elaboraba el pastel más bueno que podrías comer nunca, rayaba la tableta de chocolate con toda la paciencia del mundo y sin perder concentración, mezclaba después huevo,azúcar, leche y mantequilla. Lentamente untaba todo sobre sus galletas especiales previamente mojadas en la leche templada sino dejaría de estar esponjosa. Cada acción era importante porque todo en la vida influye y mi abuela,lo sabía. Si tenías suerte y el cumpleaños caía en fin de semana podrías ver como la hacía, después te dejaba meter el dedo en el cuenco para rebañar porque era tu cumpleaños y sólo quería hacerte sentir única.
Mi abuela hacía grandes cosas pero lo mejor que hacía era ser abuela, tarea difícil pero que manejaba a la perfección. Aún puedo olerla y escucharla decir a mi madre cuando me veía saltar sobre ella «está loca». Si cierro los ojos la veo frente a sus álbumes de foto recordando, sentada frente al teléfono esperando una llamada, añorando época atrás donde trabajaba a deshoras cuidando de sus hijos y marido enfermo pero al menos los tenía cerca.
La vida pasa deprisa, y nunca el tiempo se detiene aunque creas haberlo parado en un beso, nos acecha y no perdona. Cada noche se sentaba en su cama, agarraba la foto de mi abuelo, le hablaba, después lo acariciaba y lo besaba… mi abuela no sabía quizás escribir bien pero sí sabía de algo que sólo una abuela puede enseñar, sabía lo que era la vida.
«Las abuelas son las eternas olvidadas, son mujeres con historias que deben ser contadas y escuchadas porque en ellas se encierran los grandes secretos de la vida».
Ellas pueden tener las manos deformadas de dolores y sin embargo pueden coserte la ropa y el alma si se lo pides. No todas son iguales, algunas fuman, otras no quieren ser llamadas abuelas y otras te dan dinero a escondidas pero en todas existe un amor incondicional por ese niño o niña que lo mira con los ojos de inocencia y rasgos de alguien a quien ama por encima de ella misma, su hijo o hija.
Las abuelas de antaño sufrieron la guerra, la posguerra y otras tienen la suerte de haber nacido en años más afortunados pero todas se han tenido que forjar su propio camino, todas se equivocaron y a más de una le rompieron el corazón… Cuantas heridas guardan esos cuerpos e historias en la retina de sus ojos.
El mundo debe darle valor a estas mujeres luchadoras cuidándolas y respetándolas, evitando las cargas innecesarias que ellas soportan y dejando que cumplan su verdadero papel en la vida. Ahora es el momento de quitarle las mochilas, de curar sus pies cansados y alimentarlas de besos y risas. Enseñemos a nuestros hijos a quererlas con sus cuerpos marchitos y que sus historias no caiga en el vacío porque son parte de nosotros. Tenemos mucho que aprender de sus palabras sabias, de sus silencios y de sus miradas pérdidas.
Mi abuela como mujer me enseñó a ser fuerte sin perder mi identidad, me educó en la cultura del esfuerzo, me hizo mirar a mi madre de frente y con orgullo, me regaló momentos de dulzura cuando mordisqueaba mi nariz.
No dejemos que estas mujeres bellas de arrugas y pelo blanco permanezcan en el anonimato y ámala porque el tiempo galopa sin descanso…»