Todas las medallas tienen un sabor diferente y muchos nombres porque siempre que cruzas una meta piensas en alguien que te impulsó a seguir o creyó en tí. Derramamos tantas lágrimas que si en una carrera se recogieran todas habría más lagos y ríos bellos en este mundo porque estarían hechos de emociones sinceras.
Cuando te enfrentas a una prueba nunca sabes a ciencia cierta qué ocurrirá pero si tienes claro una cosa, que vas a sufrir y que esa palabra te perseguirá durante horas. Pensarás en ocasiones que la has dejado atrás pero te azotará cuando menos lo esperes. Sin darte cuenta terminas abriéndole los brazos y amándola. El sufrimiento se convierte en tu mejor aliado para esta dura batalla, y acabas aceptando que el dolor es algo temporal pero el orgullo y el honor es de por vida.
Sabía que podía sufrir en estos 101 kms porque mi cuerpo aún se resiente de todo el 2015 e inicio de este año, mi rodilla izquierda está muy afectada y la cabeza me sigue jugando malas pasadas pero aun así decidí ir ¿por qué? porque la lucha, entrega, la unión, el compañerismo se vive dentro de esta carrera, porque llevo una frase tatuada en mi brazo que me acompaña en mi día a día «Vivir la vida, aceptar el reto». Sé que esta manera de pensar es egoísta porque sufren tanto los que te rodean, lo veo en el rostro de mi familia, los mensajes de amigos…
Empecé un fin de semana con risas, abrazando a personas con las que he compartido vivencias que nunca olvidaré, que me han enseñado que en el camino encontraré todo lo que necesito para ser feliz.
Es extraño cuando te sientes bien, en mitad de una subida de barro con 80 kms en tu cuerpo pero estaba allí de nuevo recuperando sensaciones, dejando atrás pensamientos negativos y con el alma inundada de momentos que quedarían para mí. Miradas de personas que al principio son anónimas y después son familia, quizás no recuerdes su nombre pero si su risa, o sus palabras de aliento.
Los 101 no es una carrera de tiempos, es una carrera de emociones, de vivir esa entrada en Setenil donde un pueblo te acoge y te hacen un pasillo lleno de aplausos y vítores que te ayudan a correr más rápido. Es una prueba de agarrar la mano al que sufre, de besar con lágrimas en los ojos, de luchar contra el sol y el barro, de ver familiares con cámara en mano y el corazón esperando horas a que lleguemos.
Tantas veces te repites qué haces ahí y dura solo un segundo esa duda porque alguien te grita o te pasa cojeando llorando de dolor entonces todo se diluye y das otro paso. Recuerdas porque lo haces y que te empuja a seguir. Nos olvidamos tantas veces de mirar hacia nuestro lado que pensamos que somos los únicos que sufrimos. En carreras donde miles de personas se concentran, en realidad, son miles de historias con nombres propios.
Este año para mí ha sido tan especial, tuve la gran suerte de conocer a una mujer luchadora, que me dejó estar a su lado más de 50 kilómetros. A veces la miraba y me veía reflejada en sus ojos cansados o sus lágrimas furtivas, encontré en ella sueños y entrega. Es cierto cuando dicen que las personas llegan a la vida de otras por alguna razón, ahora sé que Miriam llegó para que recordarme muchas cosas…
No he querido hacer una crónica de carrera sino hablar de lo que hace que siga corriendo. Hoy sólo me nace dar las gracias porque sois muchos los que estuvisteis en la prueba viviéndola de una forma u otra.
Gracias a Ventura y Álvaro Rodríguez porque me cuidáis, me ayudais con vuestra profesionalidad y confianza. Gracias Natalia y Mario por amarme tanto. Gracias Yolanda por recordarme la frase «no te rindas». Gracias a mis padres porque sin ellos no podría. Gracias Álvaro Cuadrado por gritarme siempre «vuela».
Gracias Santi sin ti nada sería igual. Gracias Álvaro Galván, Sara y Luis por vuestro cariño y esas sonrisas que me llenan. Gracias Cristina, Piescu, Manolo y Juan porque nuestros ratitos me transportan al desierto. Gracias a todos los que me encontré en la serranía antes y durante haciéndome sentir libre y plena.Gracias Rubén Monzón por empujarme desde tu fatbike. Gracias a todos los que no os fuisteis a la cama hasta que no entré en meta.
Gracias a todos mis amigos que estabais con el teléfono en mano, me llegaron al corazón vuestros mensajitos. Gracias Miquel Capó porque volviste a dar una lección de lo que es ser persona y gran deportista. Gracias Horacio por tu aliento.
Gracias Miriam por tantos kilómetros de vida, de emociones sinceras, de sueños, que estas palabras sean siempre tus otros apellidos.
Sé que volveré a Ronda porque en sus montañas me encuentro…