Con Doñana de fondo, en la desembocadura de mi Guadalquivir y de la mano de mi amado Álvaro miro un atardecer son sabor a Namibia, y recuerdo un caluroso verano que se tiñó de duro invierno corriendo mas de 1 millón de metros como preparación para lo imposible, inevitable sentir algo fuerte que ruge dentro de mi…
A veces siento miedo y quiero correr rápido para ver si lo pierdo, a veces la soledad me ha invadido quedándose pegada a mí hasta tener que bañarme y frotarme fuerte para ver si la desprendía, a veces sólo a veces he sentido que tiraba la toalla pero nunca llegaba al suelo. Quizás porque nací fuerte como un roble en una familia humilde con una bandera roja llena de palabras como: lucha, entrega, pasión, vida…
Sentada frente a una taza de café caliente y aun medio dormida, el olor de aquella mañana me trajo recuerdos de una niñez que no volverá pero quedará por siempre en mi memoria. Han pasado los años y aun puedo sentir la calidez del sol que bañaba mi cuerpo una tarde de ribera donde las preocupaciones se quedaban en aquel río que fluía lento pero constante.
Últimamente las mañanas están cargadas de emociones, comienzo con sentimientos a flor de piel y los recuerdos me persiguen como la sombra. Salgo a correr con el alma encendida y toda la ilusión por completar cada entrenamiento, al terminar levanto los brazos y pienso una meta más e inevitablemente viajo lejos, y los nervios se apoderan de la boca de mi estómago y la media sonrisa se dibuja en mi cara ¿Quién me iba a decir a mí que aquella llamada cambiaría mi vida y la de posiblemente muchos?
Hay momentos donde me tumbo en mi cama con la mirada perdida en el techo, curioso lo alto que lo veo a veces y otras tan bajo. Sueño despierta con un desierto que no llega, respiro fuerte controlando los nervios y entonces, miro atrás y recuerdo los orígenes.
Son tantas horas de duro trabajo, de sacrificio, de dejar a un lado a personas y perderte momentos por ganar otros. Piensas si verdaderamente todo esto es tan importante, ¿Es necesario sentir dolores físicos y del alma? ¿Debería dejarlo todo? Y entonces el olor de mi madre me invade, el sudor de este verano, el beso de un amigo, la voz de Álvaro diciéndome “eres niebla, pequeña”, el grito de mi Aitor una tarde de entreno «Titi tu puedes» y todo se diluye como espuma de cerveza, el ritmo cardiaco se ralentiza, cierro los ojos y saboreo esta taza de café caliente que mantengo entre mis manos. Me coloco las zapatillas y a salgo a conquistar mi vida con una frase tatuada en mi piel “Vivir la vida y aceptar el reto”.
Namibia me espera en menos de un mes con los brazos abiertos, con un paisaje que me dejará exhausta, las olas del mar me aliviará las heridas y las dunas sellarán cada momento. Las horas en soledad corriendo forjarán mi nuevo camino, los 50 kilómetros diarios terminarán con el abrazo de Álvaro y al atardecer tiritaré por dentro, las emociones acariciarán mi corazón y la sonrisa iluminará un día más mi rostro con el alma encendida.