Una manta fina de agua bañaba mi rostro, los pies inundados de barro, el dolor comenzaba a aparecer en mis rodillas y las ojeras cubrían mis ojos. La banda sonora de La Misión sonaba en mis oídos haciéndome recordar imágenes de un pasado muy lejano de mi vida.. sin querer sonreía porque la felicidad estaba de nuevo en mí. Cómo describir cuando sientes que no corres sino que vuelas, que las zapatillas no pesan sino que son tus alas, cómo describir cuando al pecho le embarga la emoción.
Este día quedará grabado en mi memoria, y es que vivir intensamente cada instante duele pero es un dolor que te deja exhausto y siempre quieres más. Podría haber sido una carrera más, un dorsal para guardar en mi caja y un nuevo paso dado en mi camino pero no ha sido así. Es un dorsal con un nombre Fernando Leira que lucha contra el ELA, un paso clavado en barro con el nombre de Natalia Macías y un aprendizaje: que la valentía tiene la fuerza, la perseverancia y la delicadeza de una mujer con olor a tierra mojada.
Nos levantamos temprano como siempre con mi gran amigo Santi, que bonito es el amanecer a tu lado porque el cariño sabe a café y a sentirse en casa. Siempre se ríe de mis buenos días con mis pelos enmarañados y tiene algún detalle para hacerme sentir niña pero hoy además teníamos que celebrar que era su cumpleaños. Gracias a la vida por dejarme estar más años a su lado, eres tan importante amigo mío.
Fuimos en busca de otro guerrero incansable, de esos que traspasa con su mirada azul y la palabra fortaleza nació con él. Emprendimos por fin el viaje a Ronda, que siempre tiene para mí un componente especial.
Fue mi primera carrera de 26km que la recuerdo con tanto cariño porque eran momentos no tan bonitos que debemos vivir para aprender y seguir. He vuelto cada año por motivos diferentes y en todas guardo el sabor agrio dulce de una competición.
Llevo meses esperándola con respeto y con la ilusión de una niña el día de los reyes, iba a compartir una salida con mi hermana “Mi Mai”. Para los que no la conozcáis es fuerte como un roble, valiente como un felino y dulce como la miel. Hace tiempo decidió dar un carpetazo a todo los muros que tenía en su vida, decidió colocarse un buff y salí al campo al respirar. Luchó días y días, no cedió al dolor y en su afán por alcanzar esa meta crecía el orgullo en sus ojos. Pero como alguien al que quiero me dijo una vez “Una golondrina no trae sola el verano”, ella ha tenido a su lado a su compañero de vida, una bella persona. Gracias Mario
Nos encontramos por fín todos entre risas, nervios, gritos, nos colocamos la ropa de batalla y hoy llevo en mi espalda un escudo precioso forjado con el número 32. Hace tiempo llegó a mí, un email con la historia de un hombre que ama este deporte pero la enfermedad de ELA lo ha frenado en sus carreras pero no en su vida. Tiene un lema «La vida con una sonrisa» y este día él iba a estar conmigo, yo sería sus piernas y él sería el corazón que latiera fuerte. Gracias Fernando por ser ejemplo de lucha.
10:00 de la mañana suena la cuenta atrás, beso a mis amigos, abrazo a mi hermana y sólo puedo decirle te quiero y disfruta. Corro rápido, necesito avanzar y mi carrera comienza desde ya. Voy sola en todo momento pero me siento tan fuerte por ahora, no tengo dolor de nada, corro por encima del barro y al mirar a las montañas solo veo niebla que avanza.
Han pasado ya dos horas y necesito oír a mi hermana, saber que va bien y al descolgar su respiración entrecortada me dice : Mai estoy bien, voy por benaoján, que de barro… y volví a tener pulso. Gracias me repetía para mis adentros, no sé a quien estaba agradecida pero era la única palabra que brotaba de mis labios.
Seguí corriendo, y la lluvia a veces nos daba tregua pero sinceramente no la sentía porque lo única que oía era su voz. Pasaba los kilómetros y aunque el cansancio comenzaba a notarse podía seguir corriendo, recordar a las personas que me están apoyando tanto, aquell@s que haceís que mi sol brille más fuerte. Recuerdo las palabras de mi compañero de viaje “Sé que estas fuerte pero si no puedes más y flaqueas seré tu corcel negro como toda princesa tiene en los cuentos”. Y cuando sólo me quedaban 8km la vuelvo a llamar, y me dijo:» estoy a 4 kilómetros de meta». Me ahogo en lágrimas al recordar ese momento. Creo que le dije: Grande mai, ya lo has hecho, nos vemos en la meta. Rompí a llorar, mientras corría, y una vez más miré al cielo infinito que volvía a llover pero esta vez era agua dulce.
Llamé a mi madre y le dije: Que tenía una hija muy grande, que nada nunca pudo con ella. Gracias madre porque lo has hecho muy bien con nosotras, tú que siempre luchaste a nuestro lado, este éxito también es tuyo.
Ahora sí, mis ansías por llegar se hacían más grande, soñaba con esa meta, con sus besos, último kilómetro y corro fuerte por cruzar. Al llegar mis piernas temblaban, estaba exhausta había bajado el tiempo del año anterior y me quedaba recoger mi regalo, que no era el pódium conseguido sino la felicidad de mi hermana.
Decido ir a por ella, estará a punto de llegar y justo a 300m aparece con su gran amor, nos abrazamos, lloramos y el tiempo se detuvo entre risas y lágrimas. “Corre Mai, lo conseguiste, levanta los brazos al llegar a meta”… y así fue.
Su sonrisa no se ha borrado, en sus ojos verdes existe un brillo que la hace aún más bonita, el cansancio es a pena perceptible y aunque en sus andares aún hay restos de barro lleva una capa preciosa con una frase escrita “Princesa del Desierto”.